En la Guía Práctica Clínica de los Trastornos del Espectro Autista en niños y adolescentes, emitida por el Ministerio de Salud Pública del Ecuador en 2017, se define que 1 266 personas fueron diagnosticadas con esta condición. Esta misma publicación, menciona que la tendencia mundial, según estudios efectuados en los últimos 50 años, está en ascenso.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, uno de cada 160 niños tiene este padecimiento, que aparece en la infancia y puede mantenerse hasta la edad adulta. Regularmente, se refleja –en algún grado– en el comportamiento social, comunicación o lenguaje. Circunstancia que abre paso a la posibilidad de estigmatización o discriminación. Muchos de los individuos con trastorno del espectro autista (TEA) pueden ser independientes, aunque este no es el caso de todos. Y, existe un grupo que requiere asistencia permanente. De allí, que es fundamental que la familia o la persona encargada del cuidado se informe para prestar una óptima atención.
El uso de terapias psicológicas, entre ellas la conductual, y la capacitación –regularmente dirigida a padres– han mostrado resultados efectivos en el mejoramiento de la calidad de vida. Un factor a considerarse, también es que el responsable de brindar los cuidados necesita tener una fuerte estabilidad emocional. No puede ser alguien con labilidad de la personalidad (poco firme en sus resoluciones). El punto es que cualquier alteración será transmitida y, sobre todo, captada por la persona con autismo.
La comunicación debe ser asertiva. María José Vega, psicóloga clínica y terapeuta familiar en libre ejercicio de Quito, explica que esto significa “saber cómo y cuándo comunicar. Sin ser agresivo ni pasivo. Expresar lo que deseamos de forma clara, constante y en consonancia. Para esto, el acompañante debe estar muy consciente de su estabilidad emocional y psicológica”.
Las personas con TEA, al igual que el resto de la población mundial, sufrieron un cambio en su vida cotidiana, con el confinamiento por la pandemia. Situación que puede complicarse, dependiendo de la práctica diaria acostumbrada. Si esta implicaba salidas regulares o paseos, se presume que su ausencia tendrá una afectación psicológica, que puede originar crisis con posibles manifestaciones de irritabilidad y modificaciones en su régimen de alimentación o sueño.
Para superar aquello la profesional comenta que es recomendable “mantener los mismos sistemas de recompensas y planes de comportamiento que funcionaban antes del aislamiento ocasionado por el coronavirus. Las disciplinas son importantes y, por supuesto, la organización con horarios visibles que formen rutinas. Actividades lúdicas, artísticas, físicas. Es el tiempo de compartir y del conocimiento familiar”.
La experta, consultada sobre el uso de tecnología, como medio de conexión, información o distracción, comenta que en esto la recomendación no difiere para el resto de usuarios. “Todo en su justa medida. Los extremos son negativos. La negación de tecnología no es lo óptimo, así como tampoco el uso excesivo de la misma”. A la par, concluye que quien deberá dar la última palabra será el especialista de cabecera, ya que cada caso de diagnóstico y tratamiento es único.
En un potencial escenario, determinado por las autoridades de semáforo verde para la población, las salidas deben ser paulatinas, siempre midiendo el nivel de resistencia emocional y psicológica de la persona autista. Es recomendable desarrollar un programa de convivencia en el que se indique el uso correcto de la mascarilla, la frecuencia con la que debe lavarse las manos y hacer de todas las normas de seguridad un hábito.
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